viernes, 19 de noviembre de 2010

LOS CUERVOS

Fui traicionado
acuchillado x la espalda
caigo mutilado
estoy abandonado

me pudro como las promesas
me pudro como lo que un dia fue
una utopia

los cuervos huelen la sangre
los cuervos quieren la carne
volviste para desgarrar
volviste para devorar

mi cuerpo hiede en la sangre
mi cuerpo muere en la carne
te fuiste para no llorar
volaste para no escribir
epitafios sangrientos

ahora estamos atados
nos une un vinculo carnal
nos une un sadico ritual
lo tienes que aceptar.

la carne no se digerira
perpetua permanecera
nos une un vinculo carnal
nos une un sadico ritual

estamos atados
acepta que esta todo mal
nos une un sadico ritual
me suicidare al resucitar

Esta todo quebrado
los recuerdos permaneceran
tus tripas lo confirmaran
me suicidare al resucitar

regaste mis tripas en el jardin
vomitaste para seguir comiendo
me mataste para seguir viviendo.

en agonia maldigo al tiempo
entre cuervos me pierdo y reinvento
moribundo me miento y permanezco

mutilado, deshauciado
nos une un vinculo carnal
nos une un sadico ritual

asesinado, resucitado
espero el siguiente cuervo
espero el siguiente cuervo

te saciaste, devoraste, ahora vuelas sin mirar atras
hasta que te ataque el hambre
hasta que te sientas parte

de nuestro sadico ritual, de nuestra obsesion carnal
un cadaver ya no puede hablar
un cadaver ya no puede sentir

te saciaste, devoraste, ahora vuelas sin mirar atras
espero el siguiente cuervo
espero el siguiente cuervo.

te saciaste, devoraste, ahora vuelas sin mirar atras
espero el siguiente cuervo
te espero siguiente cuervo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Serán alguien más


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Mientras Agustín realizaba uno de sus cotidianos paseos por el gigantesco patio de su casa, la chica llevaba una hora, 15 minutos y dos segundos sin vida. Agustín siempre caminaba por distintas partes del terreno, y hoy quiso ir a meter los pies en el riachuelo que rodeaba el final de la parcela. La chica tenía 18 años, era flaca y algo blancucha. Tenía el pelo largo y desgarbado, su ropa no le hacía juicio a la belleza de su cuerpo y su rostro. Llevaba puestos unos pantalones de color café cortados a la mitad y una polera negra que le quedaba grande. Agustín era un joven apuesto, pero silencioso e intrigante. En el momento en que vio a la niña sintió una fuerte conexión, a pesar de la evidente ausencia de vida en ella. Era como si toda su vida haya esperado por aquella fémina. Sus ojos se llenaron de goce y excitación, la situación lo consumía, no tenía miedo, estaba encantado. El agua no alcanzaba a tapar todo el cuerpo de la chica, era como si estuviera recostada y alegre de sentir su cara mojada. La mirada de Agustín estaba fijamente puesta en los penetrantes labios rojos de la fallecida joven.
Habían pasado 30 minutos desde el encuentro. Agustín regresó a su casa como si nada pasara. Era la hora del té y eso era sagrado para sus padres.
-¡Estás pálido hijo! Exclamó intrigada la madre.
-Ni siquiera me dices los buenos días ¿Qué te importa si estoy algo pálido? Además no lo estoy. Respondió Agustín.
-Como siempre tan agradable. Siéntate y toma el té. Llegas cinco minutos tarde por cierto. Agregó la madre.
El chico se sentó, tomó una galleta y la taza de té que quedaba en la mesa. ¿Contenta?, señaló con una sonrisa irónica en dirección a su madre. Permaneció ahí -en la terraza- por 20 minutos y luego se retiró a su pieza. Esta conversación sucedía todos los días, sin embargo hoy Agustín tenía un secreto bajo el brazo: alguien había entrado arbitrariamente a su vida y se sentía feliz como nunca antes se había sentido.
El putrefacto olor a muerte se hacía cada vez más notorio, pero como la familia del chico era un tanto despistada el joven continuaba con su actitud relajada. En realidad, vivía en la incertidumbre, sin generar sospechas en su casa y sin hacer nada más que contemplar a la chica hora tras hora, cada vez que podía. Estaba extrañamente enamorado, enamorado de una fallecida que paradójicamente lo hacía sentirse más vivo de lo que alguna vez deseó estar.
Dos días habían pasado desde que Agustín conoció a Katerina -así la había llamado- y ya la amaba con todo su corazón. La vistió con bellos vestidos que robó a su hermana y arregló su cabello como una niña lo haría con su muñeca favorita.
En el momento en que estiró su brazo para echarle un poco de agua en la cara a su fenecida novia otro par de ojos apareció entre medio de los arbustos.
-¿Quién eres tú? ¿Por qué estás ahí? Gritó Agustín, quien por primera vez en mucho tiempo se sentía amenazado y vulnerable.
Se acercó rápidamente a las verdes ramas, tras no recibir respuesta a sus preguntas. Con más miedo que nunca se metió entre los arbustos y otro hombre apareció en ellos.
¡Piuuujg! La bala atravesó el cerebro de Agustín. En sus estáticos ojos se veía el reflejo del asesino. El cuerpo cayó rápidamente al lado de la chica. Ambos quedaron recostados en el pequeño canal. Esta vez estaban realmente juntos, aunque sus cuerpos estaban en direcciones opuestas.
El hombre de los arbustos era el antiguo novio de la chica. Ésta había muerto súbitamente mientras dormía, hace tres días. Su verdadero nombre era Amelia, pero ahora era Katerina y se encontraba en compañía de su enamorado Agustín. Ambos se dirigían hacia el mar. Ese sería su destino, su tumba. Damián, el chico de los arbustos los llevaba en su camioneta. Él había dejado a Amelia en el patio de Agustín. Lo hizo porque no podía permitir que el amor de su vida terminara solo bajo la tierra y como no era tan valiente para quitarse la vida por acompañarla, debía hacer que alguien estuviera ahí para ella. En el momento en que los cuerpos descendieron por el océano Damián dejó de ser él. Instantáneamente dejó de recordar por qué se encontraba en aquella inusual situación. Cuando el bote salió del mar y puso sus pies en la tierra Damián pasó a ser alguien más.